El significado de la Navidad,
es una frase que vengo escuchando desde hace años; de muchos autores, parece
que para todos tiene un significado similar, pero al mismo tiempo diferente,
para unos por ejemplo es la unión familiar, para otros recordar el nacimiento
del niño Jesús, o puede ser tal vez el hecho de compartir con quienes menos
tienen.
Para mí el sentimiento
navideño se remonta a mi infancia,
cuando en verdad creíamos lo que los grandes nos contaban, el sentimiento de
compartir, la alegría de recibir un regalo sin importar lo que fuera; la
inocencia de aquellos años; los niños tienen una simpleza que desarma, una
lógica, sin lógica que no tiene replica, una forma de demostrar un amor tan
sincero y bueno; no guardan en su alma una gota de maldad; y la ternura en su
mirada que solo Dios, podría dar.
Este fragmento de la Obra
Marcelino Pan y Vino, para mi resume de forma clara la ternura de los niños; y
creo que hay que ser de hierro para no, dejarse conmover, para mi este
sentimiento me hace pensar en navidad.
" Marcelino no había visto jamás un crucifijo tan
grande, con un Jesucristo del tamaño de un hombre clavado a la cruz, tan alta
como un árbol. Se acercó al pie de la cruz y, mirando con fijeza la cara del
Señor, la sangre que le goteaba de la frente por las heridas de la corona de
espinas, las manos y los pies clavados al madero y la gran llaga del costado,
sintió llenársele los ojos de lágrimas. Jesús tenía los suyos abiertos, aunque
con la cabeza algo inclinada sobre su brazo derecho no podía ver a Marcelino.
El niño fue dando la vuelta hasta ponerse debajo de su mirada. Jesús estaba muy
flaco y la barba le caía a borbotones sobre el pecho; tenía las mejillas
hundidas y su mirada producía a Marcelino una grandísima compasión. Marcelino
había visto muchas veces a Jesús, aunque siempre pintado en el cuadro que había
en el altar de la capilla, o en los crucifijos pequeños, como de juguete, que
llevaban los frailes. Pero nunca le había visto de verdad como ahora, con todo el
cuerpo desnudo y de bulto, que él podía rodear con sus manos. Entonces,
tocándole las piernas delgadas y duras, Marcelino levantó los ojos hacia el
Señor y le dijo sin reparos:
Tienes cara de hambre.
El Señor no se movió ni le dijo nada. Marcelino tuvo una idea repentina y, empinándose mucho hacia Jesús para que le oyera, le dijo de nuevo: Espera, que ahora vengo.
Rápido como el rayo, Marcelino entró en la cocina, cogió lo primero que vio de comer y subió corriendo escaleras arriba. Al llegar al desván se coló como una exhalación y, acercándose al gran Cristo, extendió su brazo hacia Él ofreciéndole lo que traía.
- Es pan solo, ¿sabes?, le decía, estirando su mano cuanto podía. No he podido encontrar más por la prisa.
Pasados unos días, Marcelino volvió a ver a Jesús en la cruz.
He subido porque había carne, le dijo. Con que ya podías bajarte hoy de ahí y comerte esto aquí sentado.
Entonces, el Señor movió un poco la cabeza y le miró con gran dulzura. Y, a poco, se bajó de la Cruz y se acercó a la mesa, sin dejar de mirar a Marcelino.
¿No te da miedo?, preguntó el Señor.
Pero Marcelino estaba pensando en otra cosa y, a su vez, dijo al Señor:
¡Tendrías frío la otra noche, la de la tormenta!
El Señor sonrió y preguntó de nuevo: ¿Sabes quién soy?
Sí -repuso Marcelino-, ¡eres Dios!
El Señor sentóse entonces en la mesa y comenzó a comer la carne y el pan, después de partirlo de aquella manera que sólo Él sabe hacer. Marcelino, familiarmente, le puso entonces su mano sobre el hombro desnudo.
¿Tienes hambre?, preguntó.
¡Mucha!, repuso el Señor.
Cuando Jesús terminó la carne y el pan, miró a Marcelino y le dijo: Eres un buen niño y Yo te doy las gracias.
Marcelino preguntó de nuevo:
Oye, tienes mucha sangre por la cara y en las manos y en los pies. ¿No te duelen tus heridas?
El Señor volvió a sonreír. Y preguntó suavemente, poniéndole Él, a su vez, la mano sobre la cabeza: ¿Tú sabes quiénes me hicieron estas heridas?
Marcelino parpadeó y repuso: Sí, te las hicieron los judíos.
El Señor inclinó su cabeza y entonces Marcelino aprovechó la ocasión y, muy suavemente, le quitó la corona de espinas. El Señor le dejaba hacer, mirándole con un amor que Marcelino jamás había visto reflejado en mirada alguna. Y, repentinamente, Marcelino habló, señalándole las heridas:
¿No te las podría curar yo? Hay un agua que pica que se da por encima y a mí se me curan todas. "
Tienes cara de hambre.
El Señor no se movió ni le dijo nada. Marcelino tuvo una idea repentina y, empinándose mucho hacia Jesús para que le oyera, le dijo de nuevo: Espera, que ahora vengo.
Rápido como el rayo, Marcelino entró en la cocina, cogió lo primero que vio de comer y subió corriendo escaleras arriba. Al llegar al desván se coló como una exhalación y, acercándose al gran Cristo, extendió su brazo hacia Él ofreciéndole lo que traía.
- Es pan solo, ¿sabes?, le decía, estirando su mano cuanto podía. No he podido encontrar más por la prisa.
Pasados unos días, Marcelino volvió a ver a Jesús en la cruz.
He subido porque había carne, le dijo. Con que ya podías bajarte hoy de ahí y comerte esto aquí sentado.
Entonces, el Señor movió un poco la cabeza y le miró con gran dulzura. Y, a poco, se bajó de la Cruz y se acercó a la mesa, sin dejar de mirar a Marcelino.
¿No te da miedo?, preguntó el Señor.
Pero Marcelino estaba pensando en otra cosa y, a su vez, dijo al Señor:
¡Tendrías frío la otra noche, la de la tormenta!
El Señor sonrió y preguntó de nuevo: ¿Sabes quién soy?
Sí -repuso Marcelino-, ¡eres Dios!
El Señor sentóse entonces en la mesa y comenzó a comer la carne y el pan, después de partirlo de aquella manera que sólo Él sabe hacer. Marcelino, familiarmente, le puso entonces su mano sobre el hombro desnudo.
¿Tienes hambre?, preguntó.
¡Mucha!, repuso el Señor.
Cuando Jesús terminó la carne y el pan, miró a Marcelino y le dijo: Eres un buen niño y Yo te doy las gracias.
Marcelino preguntó de nuevo:
Oye, tienes mucha sangre por la cara y en las manos y en los pies. ¿No te duelen tus heridas?
El Señor volvió a sonreír. Y preguntó suavemente, poniéndole Él, a su vez, la mano sobre la cabeza: ¿Tú sabes quiénes me hicieron estas heridas?
Marcelino parpadeó y repuso: Sí, te las hicieron los judíos.
El Señor inclinó su cabeza y entonces Marcelino aprovechó la ocasión y, muy suavemente, le quitó la corona de espinas. El Señor le dejaba hacer, mirándole con un amor que Marcelino jamás había visto reflejado en mirada alguna. Y, repentinamente, Marcelino habló, señalándole las heridas:
¿No te las podría curar yo? Hay un agua que pica que se da por encima y a mí se me curan todas. "
Te dejo algunas citas que pueden ir muy bien dentro de estos
lindos bordes.
La Navidad! La propia palabra llena nuestros corazones de
alegría. No importa cuánto temamos las prisas, las listas de regalos navideños
y las felicitaciones que nos queden por hacer. Cuando llegue el día de Navidad,
nos viene el mismo calor que sentíamos cuando éramos niños, el mismo calor que
envuelve nuestro corazón y nuestro hogar.
Es la ternura del pasado, el valor del presente y la
esperanza del futuro. Es el deseo más sincero de que cada taza se rebose con
bendiciones ricas y eternas, y de que cada camino nos lleve a la paz.
Que el amor Dios toque todos nuestros corazones y almas - en
un conjunto oración de amor, esta noche o en cualquier momento que tenemos
tiempo para el amor. Vamos a unirse a todos en un mundo de gran amor a la
oración a Dios que nos bendiga, que nos ama, para sanar nosotros desde el fondo
de su corazón y su alma.
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